Como hijos de Dios, hemos sido sellados con el Espíritu Santo (Efesios 1:13-14). Este sello es una garantía, una muestra del poder y la vida eterna que ya habita en nosotros. No se trata de un símbolo decorativo, sino de una realidad espiritual que nos capacita y nos guía.
Jesús instruyó a sus discípulos a esperar en Jerusalén hasta ser “investidos de poder de lo alto” (Lucas 24:49). Y es ese mismo poder —el del Espíritu Santo— el que necesitamos para vivir una vida justa, íntegra y llena de propósito.
En el Antiguo Testamento, el Espíritu descendía de forma temporal para tareas específicas. Pero en Cristo, ahora mora en nosotros de forma permanente. Somos templos del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19). Por eso, debemos ser constantemente llenos de Él, no solo para momentos especiales, sino para cada aspecto de nuestra vida diaria.
La vida en el Espíritu se manifiesta en frutos: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad… (Gálatas 5:22). Y también en obediencia, mansedumbre, restauración y sensibilidad a Su voz. Ser llenos del Espíritu no es una experiencia emocional momentánea, sino una sumisión constante a Su dirección.
Hoy, decidí empezar tu día con esta verdad: “El Espíritu Santo habita en mí. Me guía, me fortalece y me capacita para vivir como hijo de Dios.”